Me gustaría que todo lo que siento desapareciera, se limpiara, resbalara de mi alma como en un día de tormenta de verano...
Contemplar un atisbo de esperanza, como un relámpago que de golpe ilumina todo cuanto el agua se va a llevar; sentir una sacudida, un trueno que estremezca todo mi ser; notar, despacio, la primera gota sobre mí, fría, inesperada; una segunda, traspasándome, haciendo que empiece a acostumbrarme a lo que vendrá...
Las siguientes llegan más deprisa, notar la frescura que dejan, resbalan y empiezan a llevarse todo lo que me sobra, dejando sólo los recuerdos, las emociones...
Después, de golpe, sentirme empapada, llena de vida, dejando atrás todo lo que me hace daño.
Sentir que ni una parte de mí queda seca de felicidad, mi mente renovada, viva.
Sentir que no tendré que sobrevivir más, ¡vivir!
Respirar el olor húmedo, el aroma de una risa limpia de dolor, de culpa, de rencor...
Llenar mis pulmones de un nuevo aire, sano, de recuerdos y vivencias, de miradas y caricias, de besos y lágrimas de las que no hacen daño...
De repente otra vez la lluvia se vuelve lenta, gota a gota de nuevo, despacio, para fijar todas esas sensaciones nuevas, reencontradas...
Hasta que poco a poco va parando,
pero mi piel aún sigue mojada,
el cielo se aclara...
y es momento de dejar secar al sol... mi nueva esperanza